viernes, 29 de marzo de 2019

Onomatopeya del maullido de un Gato

Eran días que recordar y rememorar deseábamos desde el momento en que nuestros cuerpos entablaban una distancia ya poco asumible, una distancia que no daría vuelta atrás hasta que nuevos días contribuyeran a que grandes momentos así, se repitieran. Estábamos ante privilegios que no se nos dan todos los días, por eso las ganas de aprovecharlos, de aprovecharnos el uno al otro, eran más incansables cada minuto, solo queríamos alargar la infinidad de nuestro tiempo junto, que fuera infinita la llegada de las mañanas a tu lado, los medios días de desayunos, las tardes de flojera, las tardes de música, las tardes en donde nuestro danzar y nuestra música tan profunda y llena de placer, dejaran al descubierto ese amor que tanto sentimos el uno por el otro. Que fueran interminables los momentos de miradas eternas, cuando tus ojos miraban los míos y tus dedos tocando mi rostro dejaran entrever en tu rostro ese dulzor de tu alma, esa cálida verdad que nada nunca me había dejado ver, como si siempre hubieras estado ahí, detrás de cajas, detrás de bolsas, detrás de una vida que nos unió, una vida que fue significativa, pero que lo fue más, cuando el destino y las estrellas de esa noche algo llena de vino, nos juntaron en un lugar que ya no existe, pero que fue reemplazado por uno nuevo, uno más grande y lleno de tu cosas, donde vives y donde haces tu vida después de días tan ajetreados.
No olvido cada momento vivido de nuestros tiempo juntos, que espero se extienda por el universo, más allá de este tiempo y del espacio que nos circunda, donde las almas se juntan, como siempre dispuestas a estarlo, con vida que vivir y con amor que amar, con ese amor que nos amamos, con ese calor de nuestros cuerpos, cuando el día se convirtió en noche y cuando la mañana se convierte en tarde, todo el tiempo, segundo a segundo.

Porque con cada caricia y cada gesto, descubrí que estoy hecho de ti,  y para ti.