viernes, 31 de mayo de 2019

La Careta

Recocido, la comida de días atrás la que ya estaba bastante desabrida fue la que aquel día tocó comer. Eran días de poca dicha, rememorando cosas que ni se querían rememorar, contemplando las nauseas que esa vida provocaba, desvestía mis días entre una nueva mañana llena de nada, una tarde casi ligera, a veces de volar, con lo justo que se tenía en el bolsillo, y unas noches que sin previo aviso vaticinaban el nuevo día que ya vendría, nada distinto al podrido que ya se iba largando, con la tan ingrata verdad que nunca se aceptó, nunca se soltó ni se pudo vulnerar. Al caer la noche y salir de plano por la soledad y el frío, cruzando la ciudad como si nada importara, era que los pensamientos de desvíos comenzaban a surgir. Nacían de la nada, como si siempre estuvieran ahí esperando un atisbo de insurrección para palpitar cada segundo perdido de un día no tan distinto a la perdida. Esperando algo nuevo salían las tardes, prendiendo fuego a las matas, enrolando un cigarro verde que quitaba de la cabeza cuanto tiempo desperdiciado pudiera haber, midiendo espacio y tiempo de manera más desorganizadamente organizada, con altibajos medios, frenados por la nula compañía, por el reproche de cosas que nunca se imaginaron, cosas que tan imposibles eran sin salir del hoyo en el que las noches de cama no habían ni siquiera podido despejar, porque aunque fuera un templo para parejas, parecía más el mármol solitario de una sepultura, seco, llano, plano, sin temperatura, con un frío abrazador y con un blanco que no dejaba ver la verdad. Entonces las tarde ya parecían noches, el cielo oscurecía más temprano y esa tan impactante vida que acontecía más allá del atardecer, vislumbraba lo que siempre se quiso, un por lo menos atisbo de intensa intención, de vida más allá de la nada, de vida más allá de esos días tan fríos, tan poco fluctuantes, parecían rectas en un espacio, con vectores normales, nada más salido de los común. Ni el resalto de las calles o el cielo negro de la tarde-noche atormentaban tanto como el ocupar horas de viaje, por tiempos de simpleza, nada nuevo o nada que no fuera salido de esa "normalidad" que no debió existir, los altibajos son mejores que una influctuante recta que nada y nada por el espacio, sin bifurcarse, llenarte de vida o llenarte de nada, eso se decide.

Después de tanto, las sombras se han ido, dejando un pasado detrás, las sombras no eran en si sombras, eran una retórica casi metafórica de un desdén que ya pasó.

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